por Pablo Inostroza
(Es primera vez que hago uso de este espacio común. Con el fin de quitarle la impronta del copy-paste que ha tenido, salvo un par de excepciones, me tomo la libertad de escribir acá una columna de opinión, como punto seguido de las contingencias universitarias)
DURANTE el presente mes de mayo, cuatro hechos contundentes han demostrado que el apellido del Estado de Chile ha permutado de "Republicano" en "Policial". Con repercusiones mediáticas lógicamente alteradas, han salido a la luz y forman parte del vox pópuli cotidiano de los chilenos. La represión en Santiago el martes 1, fecha de conmemoración del Día del Trabajador. El asesinato en Arauco del obrero forestal Rodrigo Cisternas Fernández, el jueves 3. Ayer, lunes 14: en El Teniente, el violento desalojo de los mineros; y en Las Rejas el ataque de carabineros a los usuarios del Transantiago. Todos sucesos en que la Policía aplasta los alzamientos de voz de un pueblo ahogado entre restricciones tan desmedidas como el consumo con que lo narcotizan.
El primer hecho ya ha sido engullido por el olvido del imaginario nacional. No faltará que llegue el mes de junio para que los demás acontecimientos sufran el mismo destino. Claro que no será Cecilia Bolocco quien hará la labor esméctica en la memoria popular. Pero habrá siempre un subterfugio preciso con el que LUN paliará el ánimo morboso de esa parte de la población que, en su conciencia vota por el aletargamiento feliz, en lugar del descontento natural.
Identificados o no con banderas de lucha, cada habitante del bajofondo chilensis, de los que ni su tío-abuelo en tercer grado es dueño de una empresa, de los que usamos Transantiago y queremos mejorar, al menos un poquito nuestra forma de vida; estamos cansados. El cansancio se siente porque es ácido. Y dentro de esta encerrada patria que se las da de jaguar, ese ácido que somos nosotros estamos abriendo una úlcera que no se va a normalizar con la misma facilidad con que un policía golpea a un joven. Porque la gente, la que uno sabía sumisa, se ha empezado a descontrolar. Lo vieron ustedes en el noticiero central. Ese video ocasional delataba con mordacidad el esparcimiento del gas en las caras de los santiaguinos, pero al mismo tiempo los mostraba recogiendo las piedras del bandejón y lanzándolas sin miedo. No pensaron en si estaban libres de pecado, sólo las tiraron, como si se las lanzaran a René Cortázar.
El video mostraba a nuestras vecinas gritando "¡Pacos culiaos!", igual que los anarquistas, igual que los marginados. A mí esa imagen me provocó la esperanza tierna que potencia las acciones y fortalece los discursos. Esa escena, que en otro momento me hubiera hecho replicar bajito, en un murmullo el insulto de la señora, me hizo sonreír al pensar por cuánto se multiplicarán las piedras de Las Rejas y las retroexcavadoras de Rodrigo Cisternas, para que las carabinas del escudo verde se destiñan de las banderitas chilenas que se alzan en La Moneda.
DURANTE el presente mes de mayo, cuatro hechos contundentes han demostrado que el apellido del Estado de Chile ha permutado de "Republicano" en "Policial". Con repercusiones mediáticas lógicamente alteradas, han salido a la luz y forman parte del vox pópuli cotidiano de los chilenos. La represión en Santiago el martes 1, fecha de conmemoración del Día del Trabajador. El asesinato en Arauco del obrero forestal Rodrigo Cisternas Fernández, el jueves 3. Ayer, lunes 14: en El Teniente, el violento desalojo de los mineros; y en Las Rejas el ataque de carabineros a los usuarios del Transantiago. Todos sucesos en que la Policía aplasta los alzamientos de voz de un pueblo ahogado entre restricciones tan desmedidas como el consumo con que lo narcotizan.
El primer hecho ya ha sido engullido por el olvido del imaginario nacional. No faltará que llegue el mes de junio para que los demás acontecimientos sufran el mismo destino. Claro que no será Cecilia Bolocco quien hará la labor esméctica en la memoria popular. Pero habrá siempre un subterfugio preciso con el que LUN paliará el ánimo morboso de esa parte de la población que, en su conciencia vota por el aletargamiento feliz, en lugar del descontento natural.
Identificados o no con banderas de lucha, cada habitante del bajofondo chilensis, de los que ni su tío-abuelo en tercer grado es dueño de una empresa, de los que usamos Transantiago y queremos mejorar, al menos un poquito nuestra forma de vida; estamos cansados. El cansancio se siente porque es ácido. Y dentro de esta encerrada patria que se las da de jaguar, ese ácido que somos nosotros estamos abriendo una úlcera que no se va a normalizar con la misma facilidad con que un policía golpea a un joven. Porque la gente, la que uno sabía sumisa, se ha empezado a descontrolar. Lo vieron ustedes en el noticiero central. Ese video ocasional delataba con mordacidad el esparcimiento del gas en las caras de los santiaguinos, pero al mismo tiempo los mostraba recogiendo las piedras del bandejón y lanzándolas sin miedo. No pensaron en si estaban libres de pecado, sólo las tiraron, como si se las lanzaran a René Cortázar.
El video mostraba a nuestras vecinas gritando "¡Pacos culiaos!", igual que los anarquistas, igual que los marginados. A mí esa imagen me provocó la esperanza tierna que potencia las acciones y fortalece los discursos. Esa escena, que en otro momento me hubiera hecho replicar bajito, en un murmullo el insulto de la señora, me hizo sonreír al pensar por cuánto se multiplicarán las piedras de Las Rejas y las retroexcavadoras de Rodrigo Cisternas, para que las carabinas del escudo verde se destiñan de las banderitas chilenas que se alzan en La Moneda.